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domingo, 26 de febrero de 2012

Arte / Sexualidad / Transgresiones



 Sexualidad

Uno de los aspectos del cuerpo que más lo determinan cultural, social, económica y políticamente es la sexualidad. Ser mujer, ser hombre o ser transgénero no sólo implica la presencia de unos genitales y una estructura física y mental distintivos entre sí[1].

En realidad, no todos somos iguales.

 Cada cuerpo involucra un modo particular de ser en el mundo, unas afectividades elegidas pero, más aún, un modo de ingresar o no en lo público, es decir, de ser asimilado (o no) políticamente, de participar más (o menos) en el sistema económico regente.

 La consciencia de cuerpo y sexo (como la consciencia de clase), no es un mero accesorio para el alarde o el lamento, sino la creación de un espacio para moverse con horizontes propios en el mundo.

 Pero esa consciencia exige mucho más que una labor teórica, racional. Puesto que el cuerpo siente y desde sí produce sentidos, es necesario trabajar en él desde una exploración directa e integrada que implica el desarrollo de una sexualidad plena, es decir de una habilidad para conocerse a sí mismo y conocer a otros con la esfera de lo sexual ingresada en la complejidad de las experiencias.

 Entonces, la exploración del cuerpo está relacionada con la posibilidad de detenerse a vivir más profunda y entretejidamente cada función, cada espacio, cada manifestación y cada relación (social, cultural, afectiva y/o política) que lo componen. 

Porque el cuerpo es un recinto para la experiencia compleja. Por ejemplo, para los hindúes el cuerpo es una vía de articulación con el cosmos y para Nietzsche vendría siendo algo así como el centro gravitacional de los seres humanos desde donde se construyen el sentido y la verdad.

El cuerpo aporta un saber que habiendo sido deleznado por la filosofía occidental durante mucho tiempo, es el campo que integra lo sagrado y lo profano, significantes y significados, etc. El saber, el poder, el ser, los valores y la vida están envueltos por él. Allí, desde él y las luchas por su pleno reconocimiento, se encuentran los sentidos que permiten ser parte de la existencia humana.

Arte y transgresión

Uno de los ámbitos que en el desarrollo de sus lenguajes críticos y distanciados de las llamadas “Bellas Artes”, se ha hecho consciente de cómo los espacios de dominación se posicionan a partir discursos instaurados por la performatividad, es el arte contemporáneo.

 Este arte no es un estilo y tampoco trabaja aferrado a los esquemas técnicos o históricos de la modernidad. Funciona más bien desde las problematizaciones discursivas que fracturan aquello que, no favoreciendo a todos, se ha transformado en “normal”. Para ello, se apoya en cualquier medio que le sea más efectivo para el desmontaje de mitos y para el viraje de conceptos (el video; la performance; el cine en todos sus géneros y formatos y aún la pintura; las obras tridimensionales; los medios impresos; la publicidad; la fotografía, etc.).

El videoarte por ejemplo, desde 1960, trabaja en la utilización de los recursos aportados por los medios masivos en función de debatir la ferocidad con que los modelos mediocres impuestos por las hegemonías que intentan homogenizar los gustos y prácticas humanas para alimentar sus sistemas de mercado y dominación.

El caso del videoarte Sinvergüenzas (2001)[2]

de la artista venezolana Sandra Vivas, es ejemplar pues, en efecto, se presenta una burla a los códigos desde el interior del medio mismo. Por un lado, la descripción dada por su autora la palabra sexuales está enmarcada por comillas[3].

Las comillas en la descripción de esa propuesta apuntarían, pues, a una desestabilización inicial, es decir, una relacionada con aquello concebido como sexual. Y es que, este trabajo parece tener entre sus objetivos, por un lado, el horadar las naturalizaciones en torno a lo que entra en lo sexual y lo que no y, por otro, cuestionar juguetonamente, los estereotipos estupidizantes y naturalizadores que los medios audiovisuales masivos nos han impuesto.

Pero en ese trabajo de Vivas es la fantasía y sus potencialidades la mediadora del cuestionamiento, pues, por su dinámica particular se hace tremendamente escurridiza a las categorizaciones y taxonomías con respecto a la sexualidad. En el sentido de la fantasía Judith Butler apunta que “no es lo opuesto de la realidad; es lo que la realidad impide realizarse y, como resultado, es lo que define los límites de la realidad, constituyendo así su exterior constitutivo”[4]. Desde esa característica la artista busca, si no lograr transformaciones en los comportamientos de quienes observan su propuesta, sí generar preguntas y reflexiones en direcciones distintas a las acostumbradas con respecto al sexo, los deseos y las fantasías.

Hay otra artista venezolana, Argelia Bravo, que nos parece fundamental dar a conocer para abrir la discusión sobre transgresiones o subversiones de los esquemas socioculturales con respecto a la sexualidad desde los lenguajes del arte actual.

El trabajo de Argelia Bravo está dedicado, desde hace aproximadamente quince años, a la reflexión sobre los problemas de las estructuras sociales relacionados con las diversas realidades de género.

Pero es un grupo de sus propuestas más recientes el que más nos interesa para esta discusión: la videocreación documental Pasarelas libertadoras (2007), la performance Rosado Bravo (2004 – 2009) y el proyecto Arte Social por las trochas hecho a golpe, patá y kunfú (2008- 2010). Desde estos trabajos, Bravo muestra su compromiso con los conflictos velados de los transgénero y su irrealidad[5].

Argelia Bravo, por medio de sus diversas propuestas, hace significantes los cuerpos Trans a través de la visibilización de esas humanidades marginadas. La artista (junto con los trans) plantea una ruptura crítica con las políticas de representación imperantes y un nuevo horizonte que se vale de la ironía y el cuestionamiento de las naturalizaciones por medio de la videocreación, la fotografía, la performance y la instalación entre otras estrategias formales.

Los trabajos de las dos artistas mencionadas y de otros y otras más como Carolee Schneemann, Marina Abramovic, Vito Acconci, Ana Mendieta, Zoe Leonard, etc., apuntan a la reconfiguración del espacio social y las experiencias eróticas desde una posición que se pretende más integradora pues coloca la consciencia de cuerpo y de sexo en un espacio de predominio para, desde su articulación con diversos espacios reflexivos, plantear otro modo de pensar y de vivir.

Finalmente, quizá aquellos planeamientos del arte contemporáneo puedan ser puestos en diálogo sin dificultad con lo que la filosofa mexicana Graciela Hierro ha llamado “ética del placer”, es decir, una interesante actualización del epicureísmo que defiende la idea de que, para hacer que el mundo sea mejor, hay que luchar por la realización del placer para todos en igualdad de condiciones y sin absurdas separaciones dicotómicas como se ha hecho desde la cultura occidental entre cuerpo y pensamiento y entre lo público y lo privado. Esto es, el placer y la sexualidad también tienen una dimensión política que debe entrar en una discusión de la que nadie debería quedar excluido.

Nuestro interés al presentar estas ideas alrededor de la sexualidad, el arte contemporáneo y sus capacidades de subvertir el orden sociocultural, los imaginarios eróticos instaurados y las intersubjetividades de los ámbitos circunscritos a lo que entendemos por sexualidad, está directamente relacionado con la intensión de comprender que la sexualidad no sólo no está aislada del resto de nuestras dinámicas cotidianas sino que, como lo demuestran desde muy diversas perspectivas los y las artistas contemporánea(o)s, es fundamental y definitoria de todas las esferas que componen nuestro estar en el mundo.


Albeley Rodríguez
Conferencia dictada en la
Universidad Andina Simón Bolívar en
Mayo de 2009


[1] No olvidamos que tener rasgos étnicos o raciales también determina vínculos diferenciados con el mundo.

[3] «Un documental ficticio de las fantasías “sexuales” de 28 mujeres»: Descripción escrita por la artista para YouTube.

[4] Judith Butler, Deshacer el género, Barcelona (Esp.), Paidós, 2004, p. 51.

[5] Los “irreales”, según Butler en Deshacer el género, son uno de los contextos de exclusión más radicalmente violentos

 en cuanto que son sujetos no reconocidos; cuerpos que no son incorporados al orden social, que no existen porque son innombrables y que no forman parte de la construcción cultural que identifica al que es sujeto del que no lo es, a las vidas que tendrán amparo y merecerán un duelo y a las que no.

Sobre el cuerpo


Nuestro cuerpo es más que sólo piel y carne que envuelven sintiendo, órganos que funcionan y huesos que estructuran. Está lleno de marcas que son historia, cultura y sistemas sociales que nos anteceden y conducen.

Es posible percibir aquello en el film conmovedor My Body de Margareth Olin (2002). El cuerpo tiene un cúmulo de relatos que muchas veces superan la voluntad y están cargados de una especie de culpabilización de lo que cada uno lleva en sí. Esa carga condiciona actitudes, decisiones sobre los modos de vida a seguir, las relaciones elegidas y el modo en que la sociedad nos juzga, pero sobre todo designa las luchas internas que libraremos durante nuestros años de vida. Estas luchas están ligadas a padeceres que, en algunos casos superaremos en aras de conseguir lo que consideramos placentero, pero en otros muchos casos serán llamados constantes a lo que no aceptamos de nosotros mismos, porque una serie de condicionamientos y prejuicios así parecen haberlo dejado inscripto para siempre.

No estaremos en el mundo (en el sentido en el que los filósofos hablan de esta categoría, que en alemán se escribe Dësein) sin el cuerpo hecho consciencia, o en palabras más autorizadas que las nuestras: “el cuerpo se torna, así, un ser imprescindible del ser en el mundo y una condición previa de toda acción con consciencia, de toda intervención que transforme al mundo natural en cultural. El anonimato de nuestro cuerpo es inseparablemente libertad y servidumbre”[1].

Y esa última frase es clave para este breve texto pues, libertad o servidumbre no se refieren a un cuerpo aislado sino a un cuerpo que requiere de otros cuerpos vivientes, de otros seres, tal y como también es visible al final del mencionado film de Olin, en el que la mujer que es su centro relata cómo se está despojando de algunas de esas incomodidades consigo misma desde el momento en el que se embarazó y tuvo una hija que, además, se muestra diferente ante su propia corporeidad, transformando las percepciones y expectativas de la experiencia corporal de la madre, abriéndole nuevas oportunidades en su vida.

Pero este cuerpo vinculado a otros que vive y se alimenta de sus experiencias mucho más allá de lo que las ciencias y la educación nos enseñaron que es, más allá de las láminas con fragmentos y disecciones, en su vínculo con otros seres, tiene la capacidad de posicionarse desde su saber particular por encima del simple vivir para otro.

El cuerpo implica mortalidad, vulnerabilidad, agencia: la piel y la carne nos exponen a la mirada de los otros pero también al contacto y a la violencia. El cuerpo también puede ser la agencia y el instrumento de todo esto, o el lugar donde “el hacer” y “el ser hecho” se tornan equívocos. Aunque luchemos por los derechos de nuestros propios cuerpos, los mismos cuerpos por los que luchamos no son nunca del todo nuestros. El cuerpo tiene una dimensión pública; constituido como fenómeno social en la esfera pública, mi cuerpo es y no es mío[2] 

Ese cuerpo armado de vivencias e intercambios que lo ennoblecen o envilecen según las subjetividades de cada una, de cada uno, es más poderoso en la medida en que se hace consciente de sí mismo, de aquello que lo diferencia, porque modifica al mundo desde su declaración como cuerpo específico.

Uno de los aspectos del cuerpo que más lo determinan cultural, social, económica y políticamente es la sexualidad. Ser mujer, ser hombre o ser transgénero no sólo implica unos genitales y una estructura física y mental que se distinguen entre sí. También tener rasgos étnicos o raciales determina vínculos con el mundo pues, en realidad, no todos somos iguales.

Cada cuerpo involucra un modo particular de ser en el mundo, unas afectividades elegidas pero, más aún, un modo de ingresar o no en lo público, es decir, de ser asimilado (o no) políticamente, de participar más (o menos) en el sistema económico regente.

La consciencia de cuerpo (como la consciencia de clase), no es un mero accesorio para el alarde o el lamento sino la creación de un espacio para moverse con horizontes propios en el mundo.

Pero esa consciencia exige mucho más que una labor teórica, racional. Puesto que el cuerpo siente y desde sí produce sentidos, es necesario trabajar en él desde una exploración directa e integrada.

Entonces, la exploración del cuerpo está relacionada con la posibilidad de detenerse a vivir más profunda y entretejidamente cada función, cada espacio, cada manifestación y cada relación (social, cultural, afectiva y/o política) que lo componen.  

Porque el cuerpo es un recinto para la experiencia compleja. Por ejemplo, para los hindúes el cuerpo es una vía de articulación con el cosmos y para Nietszche vendría siendo algo así como el centro gravitacional de los seres humanos desde donde se construyen el sentido y la verdad.

El cuerpo aporta un saber que habiendo sido deleznado por la filosofía occidental durante mucho tiempo, es el campo que integra lo sagrado y lo profano, significantes y significados, etc. El saber, el poder, el ser, los valores y la vida están envueltos por él. Allí, desde él y las luchas por su pleno reconocimiento, se encuentran los sentidos que permiten ser parte de la existencia humana.


Albeley Rodríguez B, marzo 2009


[1] Francesca Gargallo, Ideas feministas latinoamericanas, Caracas, Edit. El perro y la rana, 2006, p. 68

[2] Judith Butler, Deshacer el género, Barcelona (Esp.), Paidós, 2004, p. 40-41.