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domingo, 26 de febrero de 2012

Sobre el cuerpo


Nuestro cuerpo es más que sólo piel y carne que envuelven sintiendo, órganos que funcionan y huesos que estructuran. Está lleno de marcas que son historia, cultura y sistemas sociales que nos anteceden y conducen.

Es posible percibir aquello en el film conmovedor My Body de Margareth Olin (2002). El cuerpo tiene un cúmulo de relatos que muchas veces superan la voluntad y están cargados de una especie de culpabilización de lo que cada uno lleva en sí. Esa carga condiciona actitudes, decisiones sobre los modos de vida a seguir, las relaciones elegidas y el modo en que la sociedad nos juzga, pero sobre todo designa las luchas internas que libraremos durante nuestros años de vida. Estas luchas están ligadas a padeceres que, en algunos casos superaremos en aras de conseguir lo que consideramos placentero, pero en otros muchos casos serán llamados constantes a lo que no aceptamos de nosotros mismos, porque una serie de condicionamientos y prejuicios así parecen haberlo dejado inscripto para siempre.

No estaremos en el mundo (en el sentido en el que los filósofos hablan de esta categoría, que en alemán se escribe Dësein) sin el cuerpo hecho consciencia, o en palabras más autorizadas que las nuestras: “el cuerpo se torna, así, un ser imprescindible del ser en el mundo y una condición previa de toda acción con consciencia, de toda intervención que transforme al mundo natural en cultural. El anonimato de nuestro cuerpo es inseparablemente libertad y servidumbre”[1].

Y esa última frase es clave para este breve texto pues, libertad o servidumbre no se refieren a un cuerpo aislado sino a un cuerpo que requiere de otros cuerpos vivientes, de otros seres, tal y como también es visible al final del mencionado film de Olin, en el que la mujer que es su centro relata cómo se está despojando de algunas de esas incomodidades consigo misma desde el momento en el que se embarazó y tuvo una hija que, además, se muestra diferente ante su propia corporeidad, transformando las percepciones y expectativas de la experiencia corporal de la madre, abriéndole nuevas oportunidades en su vida.

Pero este cuerpo vinculado a otros que vive y se alimenta de sus experiencias mucho más allá de lo que las ciencias y la educación nos enseñaron que es, más allá de las láminas con fragmentos y disecciones, en su vínculo con otros seres, tiene la capacidad de posicionarse desde su saber particular por encima del simple vivir para otro.

El cuerpo implica mortalidad, vulnerabilidad, agencia: la piel y la carne nos exponen a la mirada de los otros pero también al contacto y a la violencia. El cuerpo también puede ser la agencia y el instrumento de todo esto, o el lugar donde “el hacer” y “el ser hecho” se tornan equívocos. Aunque luchemos por los derechos de nuestros propios cuerpos, los mismos cuerpos por los que luchamos no son nunca del todo nuestros. El cuerpo tiene una dimensión pública; constituido como fenómeno social en la esfera pública, mi cuerpo es y no es mío[2] 

Ese cuerpo armado de vivencias e intercambios que lo ennoblecen o envilecen según las subjetividades de cada una, de cada uno, es más poderoso en la medida en que se hace consciente de sí mismo, de aquello que lo diferencia, porque modifica al mundo desde su declaración como cuerpo específico.

Uno de los aspectos del cuerpo que más lo determinan cultural, social, económica y políticamente es la sexualidad. Ser mujer, ser hombre o ser transgénero no sólo implica unos genitales y una estructura física y mental que se distinguen entre sí. También tener rasgos étnicos o raciales determina vínculos con el mundo pues, en realidad, no todos somos iguales.

Cada cuerpo involucra un modo particular de ser en el mundo, unas afectividades elegidas pero, más aún, un modo de ingresar o no en lo público, es decir, de ser asimilado (o no) políticamente, de participar más (o menos) en el sistema económico regente.

La consciencia de cuerpo (como la consciencia de clase), no es un mero accesorio para el alarde o el lamento sino la creación de un espacio para moverse con horizontes propios en el mundo.

Pero esa consciencia exige mucho más que una labor teórica, racional. Puesto que el cuerpo siente y desde sí produce sentidos, es necesario trabajar en él desde una exploración directa e integrada.

Entonces, la exploración del cuerpo está relacionada con la posibilidad de detenerse a vivir más profunda y entretejidamente cada función, cada espacio, cada manifestación y cada relación (social, cultural, afectiva y/o política) que lo componen.  

Porque el cuerpo es un recinto para la experiencia compleja. Por ejemplo, para los hindúes el cuerpo es una vía de articulación con el cosmos y para Nietszche vendría siendo algo así como el centro gravitacional de los seres humanos desde donde se construyen el sentido y la verdad.

El cuerpo aporta un saber que habiendo sido deleznado por la filosofía occidental durante mucho tiempo, es el campo que integra lo sagrado y lo profano, significantes y significados, etc. El saber, el poder, el ser, los valores y la vida están envueltos por él. Allí, desde él y las luchas por su pleno reconocimiento, se encuentran los sentidos que permiten ser parte de la existencia humana.


Albeley Rodríguez B, marzo 2009


[1] Francesca Gargallo, Ideas feministas latinoamericanas, Caracas, Edit. El perro y la rana, 2006, p. 68

[2] Judith Butler, Deshacer el género, Barcelona (Esp.), Paidós, 2004, p. 40-41.

Sobre el placer


           Se dice que el placer es una sensación o sentimiento agradable manifestado en la satisfacción de algún tipo de necesidad.
Pero el placer, además de esa afirmación, implica la noción de que esa satisfacción ocurre indivisiblemente en el cuerpo y en el alma, psique o como queramos llamar a ese espectro que el cristianismo separó para hacerlo una de las partes excluyente de la otra.

Pero el cuerpo-alma es, así articulado, productor y vía de placer.

El mito de Eros y Psique expresa bellamente esta indivisibilidad, pues son esos dos personajes de la mitología griega los padres de Placer (Hedoné en griego). En síntesis vertiginosa diremos que ese relato habla de la unión entre la hija del rey de Anatolia, Psique (mortal), y el hijo de Venus (diosa chipriota) Eros (divino). He aquí nuestra versión comprimida para efectos de nuestra reflexión:

De Psique se comentaba generalizadamente que era tan bella que era como una nueva Venus, por lo que la madre de Eros enfureció pidiéndole a su hijo que aislara a Psique y la casara con el ser más horrible que pudiera encontrar.

No contó Venus con que su hijo quedaría embelesado con la belleza de Psique en la primera impresión y que, de inmediato, negociaría con el padre de aquella joven para poder desposarla.

Colocó Eros como condición el no ser visto por ella. Él la acompañaría todas las noches y consumarían su matrimonio en dulce himeneo, pero ella nunca debía voltear a verlo. Sin embargo, motivada por la insistente cizaña de las hermanas, Psique decidió una noche esperar a que su esposo se durmiera para iluminarlo y ver si se trataba de un monstruo como suponían sus hermanas. Al colocar la lámpara sobre el cuerpo dormido de su amor quedó tan impresionada por la hermosura divina de Eros que movió bruscamente la lámpara haciendo que una gota de aceite cayera sobre el hombro de su amado, lo que lo despertó y enfureció. Eros partió y la pareja se separó con una condena que pareció insalvable.

Sin embargo, después, tanto el propio Eros como Psique, cada uno por su lado, buscaron ayuda logrando, bajo ciertas condiciones que su unión se restituyera. Tanto Zeus como Venus tuvieron parte en las pruebas y acciones para aquella restitución.

A Psique le tocó pasar por cuatro pruebas colocadas por Venus pero que fueron superadas, en parte, por la ayuda de Zeus. La cuarta prueba era la más difícil, pues Psique debía descender al inframundo para conseguir que Perséfone (esposa de Hades) le concediera llenar un ánfora con esa belleza inframundana y regresar sin ceder a la tentación de destaparla pero no resistió y quiso colocarse un poco y en último castigo los dioses le impusieron existencia  incorpórea. Antes de todos los sucesos ya Psique estaba embarazada y poco tiempo después la pareja de alma (Psique) y amor corporal (Eros), ya unida, concibió a una de las tres gracias de carácter tan divino como el de ellos: placer (Hedoné).

La historia tiene muchos más detalles para escudriñar pero ahora nos interesa recalcar el hecho de que el placer es un complejo compuesto del alma en juego con el cuerpo pero mediado por la imaginación, los deseos, las fantasías. En conjunto, erotizan las experiencias y estallan en satisfacción divina.


Pero si insistimos sobre el placer erótico, éste tiene cualidades en las que el solo cuerpo nos es insuficiente. En palabras de Bataille se entiende así: “El erotismo [humano] difiere de la sexualidad animal precisamente porque moviliza la vida interior”[1].

La imaginación, la reflexión, el pensamiento, no están desligadas de la sensación corpórea

del placer, sino que la integran y hacen más plena, más cercana a lo sagrado. Aquello que tiene una veladura y se desea alcanzar está preñado de placer.

***
Hay en filosofía varias corrientes defensoras del placer como axis de la vida: Entre ellas, antiguamente, la escuela cirenaica (cuarto y tercer siglos A.C.) y el epicureísmo. Dos corrientes del llamado hedonismo. La primera se negaba a la postergación de las gratificaciones corpóreas a las que colocaba por encima de las mentales (una división precristiana del cuerpo y el alma). La segunda, en cambio, proponía la obtención del placer en la vida simple, moderada y atenta a las satisfacciones que no sacrificaran el bienestar posterior, es decir que no estaba de acuerdo con el placer puramente momentáneo.


Pero hay una filósofa latinoamericana que nos interesa, Graciela Hierro, pues ha propuesto una ética del placer que consiste en una actualización del epicureísmo y que defiende la idea de que, para hacer que el mundo sea mejor, hay que luchar por la realización del placer para todos en igualdad de condiciones y sin absurdas separaciones dicotómicas como se ha hecho  desde la cultura occidental entre cuerpo y pensamiento y entre lo público y lo privado. Esto es, el placer también tiene una dimensión política que debe entrar en una  discusión de la que nadie debería quedar excluido.


La oportunidad de sentir placer en sentido equitativo y según las diversidades posibles en el mundo debería poder resolverse desde la ética del placer propuesta por Hierro, antes que a través de la lógica de la muerte que desata las guerras cargadas de la incomprensión de la diferencia y de la avaricia por el poder.
Por otro lado, esa ética del placer permite recordar dos ejemplos de cuerpos a los que se les ha negado el placer: las mujeres han sido marcadas por la limitación de su derecho al placer, en la subordinación a la idea de que sus cuerpos son tan sólo para la mera procreación (el ser sólo para otro), y por otro lado también, los cuerpos transgénero a los que les es negado no sólo el placer sino toda su existencia.
En la fotografía: Yhajaira
                                                                  Fotografía: Gustavo Marcano
                                                          Concepto: Argelia Bravo
                                                                            Pasarelas Libertadoras, 2007- 2009


Entender que hay otros modos de relacionarse con las diversidades (y todos formamos parte de alguna), buscar la salida de las normatividades que coaccionan nuestros cuerpos en función de hegemonías que requieren del control y uso de nuestros cuerpos y, defender la posibilidad de que más seres humanos puedan vivir desde el placer (que no desde la muerte), puede llegar a ser una de las más poderosas vías para el proceso de humanización para que nuestro mundo pudiera girar en un mejor sentido.  

Albeley Rodríguez, marzo de 2009



[1] Georges Bataille, El erotismo, Barcelona (Esp.), Tusquets Editores, 1997, p. 33