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sábado, 3 de noviembre de 2012

arte, universidad, ¿censura?*


  
                Por Albeley Rodríguez


Es feo ser digno de castigo, pero poco glorioso castigar.

Michel Foucault


¿Cuál es el objeto del arte? Creo que si la reali­dad golpeara directamente nuestros sentidos y nuestra conciencia, si pudiésemos entrar en comuni­cación inmediata con las cosas y con nosotros mis­mos, creo que realmente el arte sería inútil.

Henry Bergson


La censura devela miedo a aquello que se cree ser incapaz de controlar, es miedo ante la amenaza que representa, para la autoridad, el reto de pensar y escuchar lo que los ilegibles otros puedan plantear. Sin embargo, las diferencias no se salvan con la represión y el silenciamiento a través de las imposiciones del poder, ejercido por unos pocos, sin elaboración argumentativa y apenas basadas en una ignorancia que, a fin de cuentas, daña a todos.


Pero lo peor quizá sea que la censura y la coerción funcionan del mismo modo que una enfermedad a la cual no por ignorarla desaparece y, al contrario, se corre el riesgo de dejarla crecer por no estudiarla con detalle para tratarla adecuadamente. Entonces la enfermedad se hace visible y palpable a la fuerza y, en muchos casos, irremediablemente.


            El arte es mucho más que objetos decorativos para la antesala de consultorios médicos. Sus estrategias y propósitos, aunque  ampliamente heterogéneos, tienen en común la necesidad de investigar a partir de las grietas, espacios invisibles a los que las fronteras propias de cada parcela disciplinada del conocimiento han blindado sus accesos, en aras de no perder su perímetro de poder.


Una de las gestas fundamentales abiertas por los lenguajes del arte contemporáneo, fue la ruptura radical con la mimesis[1]. Como lo señaló el filósofo Jean Baudrillard, las imágenes pasaron de ser un espejo de lo real, a ser lo real propiamente dicho. Es decir, hoy todo es tan total y pornográficamente visible que el arte, desilusionado de la estética, ha tenido que mover sus posiciones, colocarse a contrapelo de la inercia, para poder generar tiempos y espacios alternos que propicien la reflexión crítica sobre las cosas del mundo.


Entre las herramientas del arte contemporáneo que afrontan con mayor fortaleza la plaga de imágenes que están configurando lo real, está el cuerpo.


Ya desde el siglo XIX el cuerpo viene generando escándalos que atañen al género, a la clase, a la raza, pero también a la propia condición de corporeidad que se planta ante la dicotomía cuerpo-razón, una disyunción hipócrita que al negar y reprimir este factor constitutivo y determinante del ser ha dejado lamentables consecuencias en la humanidad.


Pronto me vienen a la memoria dos obras custodiadas por el Musee d’Orsay (París): la Olympia de Edouard Manet (1863) y una pequeña pinturita de Gustave Courbet, atesorada por Jaques Lancan durante una época, y titulada El origen del mundo (1866). Estas, entre muchas otras obras, sufrieron las escandalizaciones puritanas de aquel siglo. Las alarmas iban desde el hecho de usar como modelo a una mujer común de clase baja, pasando por la factura del cuadro (en aquel entonces considerado vulgar), hasta la presencia y actitud cercana de la mujer negra que acompañaba a la dama blanca en el diván; o la estupefacción frente al realismo crudo y directo de Courbet, ante ese fragmento de un cuerpo femenino sobre una cama desordenada, con la vulva en primer plano y los senos erectos asomándose más discretamente un poco más allá.


Sin embargo, y a pesar del surgimiento de algunos neoconservadores en las redes sociales e Internet, que hoy se manifiestan contra la publicación de estas obras (sobre todo la segunda), estas gazmoñerías han quedado como curiosidades risibles, pues los valores simbólicos, históricos y culturales de estas obras son avasallantes[2].


Hay que decir también que el uso del cuerpo de la mujer como objeto de contemplación y placer en los salones de propiedad masculina, así como la supresión de su derecho a ser sujeto (en todos los sentidos) por parte de la sociedad patriarcal, ha sido, necesariamente, otro elemento que las mujeres artistas –en su mayoría – han tomado como área de revisión, trabajo y creación (sobre todo desde los años 60 del siglo XX). Mencionaré a unas pocas: Rebecca Horn (alemana, 1944), Ana Mendieta (cubana-norteamericana, 1948- 1985), Orlan (francesa, 1947), Mery Nelly (estadounidense, 1941), Carolee Schneemann (estadounidense, 1939), Lorena Orozco (mexicana, 1967), las Guerrilla Girls (NY, 1984). Ellas y muchas otras son hoy ineludibles en la revisión de los procesos del arte actual.


Pero no solo las reivindicaciones del género femenino han tomado al cuerpo como bandera en toda su carnalidad y todos sus fluidos. Paul Chan (chino-estadounidense, 1973), un artista que trabaja desde un arte politizado con animaciones digitales, videos, teatro y el vínculo directo con comunidades como la de New Orleans tras el huracán Catrina, o la población iraquí para hacer una serie de videos de antes, durante y después de la guerra desatada por Bush. Chan ha producido también una serie de animaciones pornográficas presentadas en una instalación titulada Sade for Sade’s Sake. Estos trabajos han sido elaborados a partir de la estética de artistas modernos como Matisse. Esta propuesta vincula indivisiblemente el porno con la guerra, la destrucción del planeta, la discriminación sexual y el abuso infantil.


 


También están los trabajos de Stelarc y Orlan, muy diferentes el uno del otro, pero ambos se sitúan en las discusiones sobre nuestra realidad de cuerpos ya posthumanos, por intervenidos desde la medicina y la cotidianidad envuelta en tecnologías cada vez más insertos en nuestra biología.


 


En Venezuela ha sido cardinal el trabajo de la artista Argelia Bravo en relación con las consideraciones de los cuerpos transgénero y su denuncia sobre los abusos, destierros y asesinatos que estas personas sufren injustamente, debido a su diferencia no entendida. En este sentido y en este contexto, es apropiado recordar el performance Rosado Bravo (2004) en el que la artista se apropió[3] de la acción Atropometrías de Yves Klein, quien utilizó cuerpos desnudos de mujeres como pinceles teñidos con su patentado azul sobre lienzos. La artista imprimió sobre grandes pliegos de papel los desconcertantes cuerpos femeninos con falo de dos trans embadurnados con el color creado por ella: “rosado Bravo” (color con el que quería aludir a su indignación frente a las atroces discriminaciones ejercidas sobre aquellos seres humanos).



Recientemente el Centro de Arte Contemporáneo de Quito ha presentado una exposición de arte queer en consonancia con el evento internacional titulado Pensar lo Queer desde América Latina  (octubre, 2012), el cual fue organizado por la prestigiosa Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). En este evento tuvieron espacio, junto con  los académicos, artistas y realizadores de audiovisuales sintonizados con las investigaciones de la teoría queer, dedicada al abordaje de la movilidad de las identidades y su relación con el cuerpo biológico, pero también al cuestionamiento sobre asuntos como ¿qué cuerpos son los que importan a la sociedad?.


El cuerpo que se exilia de su instrumentalización, de la cosificación que lo hace objeto de consumo  irreflexivo, el cuerpo rebelde, ha sido motivo de ataques desde la entrada de la lógica de la modernidad (basada en la vieja invectiva platónico-cristiana). No obstante, estas rebeldías han sido, con frecuencia, catalogadas como obscenas por las autoridades más timoratas (alcaldías, bancos, universidades, medios de comunicación, etc.), en el intento por neutralizar sus efectos lo más rápidamente posible, pero logrando a menudo, el resultado contrario: que las propuestas cobren una potencia  a su favor y una visibilidad mucho mayor[4].


No solo el cuerpo a través del arte-acción o performance, también la instalación, las artes electrónicas y cibernéticas, el videoarte, la videoacción etc., han servido como medios para desestabilizar lo que se da por sentado. Son los llamados “nuevos medios” o, en otros casos “medios mixtos”, que tienen una trayectoria iniciada hace ya un siglo con los aportes precursores de artistas como Marcel Duchamp o John Cage quienes,  con otros, se rebelaron ante el arte canónico para avanzar sobre las necesidades que los nuevos tiempos imponían.


Los regímenes de la visualidad se vieron forzados a cambiar tras la aparición de la fotografía. Pero la aparición de cada nuevo elemento tecnológico hace aparecer nuevas exigencias tanto en la recepción como en la producción de arte, del mismo modo que modifica todas las dinámicas sociales. Así sucedió entre la aparición de la televisión, la invención del portapack y el videoarte, y así está sucediendo ahora con la Internet y  el hackerart, el net art, las teleacciones, los celulares y el videocelular, y otras formas aún sin nombre.


No se trata tan solo de una discusión basada en la fascinación por la tecnología de punta, sino de los planteamientos artísticos que detectan problemáticas que exigen ser aumentadas por la lupa de medios cónsonos con su dimensión.


Particularmente no soy defensora de medios específicos, sino de la libertad de su uso según las necesidades expresivas, puesto que hay medios que dicen mejor que otros, que hacen visible o audible lo que otros pueden más bien ocultar.


Diré, como habitante de un museo de arte contemporáneo, que no me imagino inmersa en la monotonía de las bellas artes, como si estuviera en el siglo XVII, recorriendo las salas sin poder ser interpelada por la capacidad de las estrategias y medios actuales del arte. Tampoco imagino reflexión alguna surgida de semejante estancamiento, quizá apenas desesperanza.


Me pregunto ¿Por qué hoy, en este mundo cargado de imágenes hasta la “ceguera”, la imagen de una madre amamantando (o mejor dicho, alimentando a su cría desde el acto más puro de amor) es desaparecida de su circulación en las redes sociales, y al contrario es estimulada, y nada censurada, la reproducción de cuerpos femeninos hipertrofiados y complacientes con los gustos del patriarcado para su uso en la publicidad de bebidas alcohólicas y cualquier otro producto?, ¿será porque es más rentable?, ¿es a favor del sostenimiento de estas absurdas contradicciones que las autoridades de ciertas academias en este país se manifiestan, al limitar los planteamientos de sus docentes (que deberían gozar de la libertad de cátedra) y el uso de medios y estrategias por sus estudiantes?


Qué puede alterar más el orden público: ¿el performance de una artista que usa su sangre menstrual para redimensionar la visibilidad de un problema hecho tabú, aún formando parte de un sistema natural, o las recurrentes imágenes “informativas” llenas del morbo por la sangre derramada por niños inocentes destrozados por bombas de guerras movidas por la intolerancia, la ignorancia, y el deseo de poseer los tesoros ajenos a cuenta de una auto-abrogada superioridad? ¿Las investigaciones de artistas que se empeñan en sondear los puntos flacos de los discursos religiosos, políticos y culturales que ahora nos dominan, o el abuso de poder y la doble moral de sacerdotes católicos que al mismo tiempo que mandan a cerrar exposiciones de arte, con la blasfemia como argumento, abusan de la fragilidad de los niños para darle gusto a sus cuerpos, enmascarados de asexuales tras la sotana?


Si el cuerpo, sus placeres y padeceres, sus fluidos y consistencias funcionan como resortes emocionales tan poderosos, se debe a que hacen tambalear un sistema de creencias (no de conocimientos) agotadas e incongruentes con las necesidades de nuestros tiempos. Estos asuntos deben ser revisados frontalmente, y los artistas serios son conscientes de esto.


Por otro lado, si los cuerpos desnudos, amantes o dolientes, o si el uso de medios no tradicionales en el campo de la creación fueran dañinos, habría que mandar a demoler el conjunto de templos de Khajuraho en La India (siglos IX al XII); confiscar las ánforas eróticas del estilo de figuras rojas griego (siglo IV aC), y también las cerámicas mochicas dedicadas a los mismos temas; destruir muchos de los frescos pompeyanos que destacaban las artes amatorias de las prostitutas en los lupanares (circa año 79 dC); quemar las acuarelas japonesas de talante erótico (siglo XIX); desaparecer millones de obras de importancia fundamental en video, fotografía, super 8 (los de Andy Wharhol entre ellos), así como incontables instalaciones del siglo XX y XXI producidas por artistas de todas las tallas… Asimismo, centros que son simultáneamente universitarios y de exposiciones de arte de “nuevos medios”, como ZKM en Alemania que, entonces, deberían ser incendiados o convertidos en cárceles. Pero, ¿podemos imaginar las consecuencias sociales de tal amputación?


No permitir el abordaje creativo de los problemas que el arte es capaz de brindar, junto con otras iniciativas de investigación, es develar el deseo de retornar a períodos superados del conocimiento, o la vuelta a modos de existencia subyugantes, para dedicar los esfuerzos a una vana reproducción de modelos que hoy en día están siendo discutidos, cuestionados y desplazados en todas partes del mundo.


Cerraré mi reflexión apuntando que es imprescindible que el espíritu de duda, curiosidad e investigación creadora regrese a los recintos universitarios de nuestro país. Sabemos que no existen las verdades absolutas y el objetivo de las universidades, desde sus orígenes, es justamente ofrecer la posibilidad de conocer todas las vertientes de pensamiento existentes, para estimular la floración de nuevos conocimientos ajustados a las necesidades de sus contextos.


Más que vigilantes epistemológicos, las universidades tienen el deber de actualizar sus epistemes y métodos (hoy más que nunca abiertos a los aportes de las “inter” y/o “trans” disciplinas, e incluso a las indisciplinas).


Tengo la convicción de que los avances y poderes imaginativos del arte actual, salvado de los atavismos de su campo, y más bien implicado con los problemas de la humanidad, pueden transformar concepciones equívocas en opciones de vida más felices.  Los ámbitos académicos, en varias partes del mundo, han venido agradeciendo este tipo de aportes, impulsados por el objetivo de ser más lugares propicios para la liberación a través del conocimiento, que templos para el cultivo de miedos paralizantes.



ABRB. Caracas, 01 de noviembre de 2012


*Este texto ha sido escrito atendiendo a una solicitud hecha por docentes y estudiantes de la Licenciatura en Artes Plásticas de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (Barquisimeto, Venezuela), a propósito de su preocupación por las severas interpelaciones sufridas recientemente, debido a su interés en la investigación y uso de los “nuevos medios” y el cuerpo como lenguajes habituales.








[1] Pero hay que apuntar que, casi en el sentido contrario de la ruta tomada por el ámbito artístico desde la segunda mitad del siglo XIX para acá, en el gusto del público más amplio (aquel que no es estudioso de los procesos estéticos, galerista o artista), persisten ―como verdad indiscutible― patrones de lo que es o debe ser el arte, signados por cánones occidentales como la kalogathia (legada por el platonismo), es decir, es bello aquello que es bueno, y es bueno aquello que es bello, y si algo es bello y bueno, es verdadero, es perfecto; la figuración; ciertos esquemas artísticos neoclásicos (reflejos estéticos de los principios generales de la Ilustración, siglo XVIII); las naturalezas muertas al modo del siglo XVII holandés; los bucólicos y decimonónicos paisajes europeos y la idea de que solo hablamos de arte si nos referimos a los medios de la pintura, la escultura o, con suerte, las estampas.
[2]  Estas obras, como muchas otras que podrían encajar en nuestro tema de discusión, hacen parte de los debates cuya reflexividad alimenta la corriente de asuntos fundamentales en nuestro tiempo y nuestra sociedad.
[3] La apropiación es otra estrategia desarrollada por los artistas contemporáneos. Consiste en tomar obras de otros artistas para cuestionar o subvertir dinámicas dentro del campo del arte, desafiar las ideas en torno a la originalidad, retomar planteamientos de los artistas productores de la obra apropiada para avanzar sobre ellos, dialogar con otras realidades a partir de citas, etc.
[4] Es el caso de León Ferrari en Buenos Aires, artista al que una jueza, a pedido de la asociación Cristo Sacerdote, le clausuró una exposición (2004). “Ferrari agradeció al cardenal Bergoglio por la “publicidad” que dio a la exposición” que, por cierto, fue reabierta poco después por el gobierno con la apelación de que “la libertad de expresión debe proteger al arte crítico; y si es crítico es molesto, irritante y provocador”. La muestra multiplicó su público y generó nuevos espacios de discusión pública sobre los conflictos entre la represión religiosa, los derechos políticos y culturales, y el disimulo social y de los medios (García Canclini,  2011: 176).