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sábado, 23 de abril de 2011

Miradas cotidianas: culturas visuales

                La vida actual está atomizada de visualidad. Casi siempre ignorándolo, estamos sofocados con una veloz infinitud de imágenes seductoras que han saturado al mundo. Una “belleza” difusa impregna hasta lo más feo.

                Nuestra cotidianidad parece caracterizarse por una percepción acostumbrada que atraviesa ese vapor interminable de imágenes. Una espesa y persistente capa de imágenes envuelve las miradas en una actitud acrítica que causa una especie de ceguera ante otras palpitaciones de la realidad.
               
En nuestra época “la experiencia humana es más visual  y está más visualizada que antes: disponemos de imágenes vía satélite y también de imágenes médicas del interior del cuerpo humano”.[1] Las imágenes proliferan y se multiplican en un flujo de formas diversas (cinematográficas, electrónicas, cibernéticas, la fotografía, el video y la televisión, carteles, logotipos, el diseño de objetos de todo tipo, los cuerpos, la moda, las pantallas y cámaras de seguridad, etc.) que se ubican en toda clase de lugares (autobuses, oficinas, cafés, centros comerciales, la calle, la casa, el laboratorio…).
                Las imágenes se han instalado en las rutinas diarias desde donde vemos y somos vistos; ellas son el bastión en el que se construyen nuestras fantasías y deseos, nuestros imaginarios; donde se cimientan nuestros mundos, también a partir de ellas es posible la coacción de nuestro comportamiento. Las imágenes en todas sus formas y situaciones constituyen nuestra cultura visual contemporánea.

Cultura visual
A ese marco de convenciones de la cultura occidental, del cual la visualidad y la visibilidad son de los más poderosos agentes de subjetivación y disciplinamiento, los estudiosos lo han llamado ‘cultura visual’.

                Allí donde hay una producción de sentido a través de medios visuales se articula una cultura visual.     Aunque la producción mediática de visualidad es tan solo una parte de la serie de transacciones que ocurre constantemente entre el representar y el ver. El campo de la visión junto con la influencia del mismo en las relaciones sociales, el poder y la desigualdad según su producción, circulación y consumo se organiza de modo sistemático en lo que la autora Débora Poole denomina economía visual,[2] dinámica sin la cual no podría conformarse el vivo entramado que podemos reconocer  como cultura visual.

                Sin embargo, es importante tener presente que es en las sociedades occidentales donde el sentido de la vista privilegia al resto de los sentidos como medio para el conocimiento del mundo, tal y como lo afirmara Aristóteles en su Libro VII de la Metafísica en el que equiparaba el saber con el ver. De hecho, “la imagen constituyó uno de los mecanismos fundamentales de occidentalización. A través del uso de representaciones visuales se produjo un proceso de colonización del imaginario indígena”[3] aunque, como ha apuntado Serge Gruzinski,[4] este hecho también diera lugar a cruces inusitados entre las imágenes occidentales y las de los habitantes originarios de América.
               
Políticas de la visualidad, la visibilidad y la visibilización.
               
                Los hechos visuales “nos permite[n] reconocernos, distinguirnos y excluirnos”[5] y, aunque las discriminaciones por raza, cultura, género, sexo, edad, clase y estado civil parezcan naturales, se trata de concepciones construidas a partir de discursos ideológicos que tienen mucha relación con las visualidades, la visibilidad y la visibilización (ver, ser visto y mostrar(se), o hacerse intencionalmente visible). Desde esa tríada se sostiene, en buena medida, la clasificación que se ha producido en la cultura de los sujetos en función del poder, la dominación y el control.

                Dicho de otro modo, esa cultura visual hiperestimulada y automatizada no es inocente, está delineada por una matriz llena directrices interesadas que provienen de las lógicas del poder hegemónico para la universalización de su régimen visual y también la homogeinización de las percepciones visuales. Esto es, una manera predeterminada de mirar y juzgar en pro de los esquemas binarios donde siempre habrá un bueno y un malo, un blanco y un negro, un arriba y un abajo etc., como modelo que privilegia a unos sobre otros.      
               
                Más allá del hecho fisiológico hay un modo de ver lo que se ve y de anular lo que no conviene ver, pero también de hacer visibles algunos modelos y desaparecer de la vista posibles alternativas de vida que amenacen al predominante.
               
                De manera que, desde la posición del hombre blanco, euronorteamericano, adulto, heterosexual, rico y casado se plantean las imágenes que “imponen tendencia”, imágenes que invitan a una inalcanzable adecuación y que han sido diseñadas especialmente para cada clase, cada edad, cada parte del planeta, cada género, cada preferencia sexual etc., haciendo de la imagósfera[6] el espacio más visitado por las multitudes de eternos deseantes ávidos de consumo; quizá por eso hoy escasamente experimentamos, en vivo y directo, triunfos y fracasos, preferimos mirar las pantallas, engullendo la oferta prefabricada de vidas desde la comodidad de una poltrona.
               
Estudios de la cultura visual

El tema de los estudios visuales tal como yo lo veo, es localizar la imagen en el contexto de los procesos creadores de significado que constituyen su entorno cultural
Keith Moxey, 2003

                Hay un campo de debates que se ha desplegado y expandido para desentrañar estos hechos visuales que van mucho más allá de los simples actos de ver que, con ciertas variaciones, se ha llamado “estudios de la cultura visual” o “estudios visuales”, entre otros nombres semejantes.

Estos estudios que han definido las dinámicas esbozadas en las líneas precedentes como ‘cultura visual’, se han propuesto varias tareas entre las que no sólo se encuentran los análisis críticos, históricos, sociológicos, antropológicos, estéticos, económicos e ideológicos de los hechos y prácticas visuales.[7]

Los estudiosos de la cultura visual además han insistido en la necesaria transversalización, contaminación, entre las disciplinas para poder comprender las complejidades e hibridaciones que se mueven en los diversos hechos visuales cotidianos. Como ha dicho Nicolás Mirzoeff “su objetivo es ir más allá de los confines tradicionales de la universidad, con el fin de interactuar con la vida cotidiana”[8] puesto que la cultura visual da prioridad a esa experiencia cotidiana de lo visual por encima de las experiencias formalmente estructuradas que se pueden vivir al asistir a la exposición de un museo de arte o al cine, en los que la observación se concentra sin dispersiones en un discurso específico.

Según Suezcún Pozas, estos estudios son el espacio plural y no disciplinar desde el cual es posible producir análisis de “todas las formas de representación que se dirigen al sentido de ‘la visión’ entendida ésta como una actividad cultural”[9] que, justamente por su carácter , se confronta con las estabilidades del “Ojo [educado] de la historia del arte” como disciplina que otrora se hubiera adjudicado con exclusividad el discurso sobre la visualidad y la belleza en el campo de la ‘cultura’ occidental pero que, en la actualidad, se ve desprovista de las herramientas para orientarse en la condición fragmentaria de la visualidad, incluyendo las propuestas artísticas contemporáneas.

Disputas: cultura visual y arte

Quizá una de las partes que particularmente me producen mayor interés son las tensiones entre los estudios de la cultura visual, la historia canónica del arte y el arte crítico actual.

Por un lado los autores que han abierto las discusiones desde los estudios de la cultura visual como Moxey, Mirzoeff o José Luis Brea avalan la indagación transdisciplinaria del reino de las imágenes que pululan por la cotidianidad. Esos autores han cuestionado duramente los dogmatismos de la historia del arte y la estética. Afirman que los estudios culturales también en este sentido tendrían por cometido el desmantelamiento de los pactos fiduciarios[10] que estas disciplinas ejercen en el campo de la visualidad para la legitimación de ciertas imágenes, dejando de reconocer la poderosa influencia en el imaginario social del inaprensible palpitar de las imágenes en la vida común actual.

Estos autores aluden que no se puede ver al mundo del mismo modo que en el Medievo o el Renacimiento pues, parafraseando a Heidegger,  no es que la imagen del mundo haya cambiado, sino que hoy el mundo es una imagen.

Por otro lado, autores como Rosalind Krauss y Hal Foster se han pronunciado contra el auge de aquellas posturas defensoras de la fusión de la historia del arte en la cultura visual, los descentramientos del canon y la politización de la visualidad, calificándolas de banales, generalizadoras de la creación estética; se preocupan por la disolución de las posibilidades críticas de las propuestas artísticas y por un supuesto respaldo que los estudios visuales estarían dando a una nueva fase del capital globalizado al alimentar la alienación mediante las mutaciones de las nuevas tecnologías de la imagen, sin discriminar las “calidades” y desconectándolas de sus genealogías.

                Considero más sugestivos planteamientos como los de Douglas Crimp y Nelly Richard,[11] quienes equilibran la disputa al proponer la superación de estas falsas oposiciones, deshaciéndose de toda postura absolutista del “valor” universal.

El problema real de disolver todas las fronteras entre imágenes de carácter masmediático y las generadas desde las propuestas del arte no radica en una disminución de estatus, sino en la negación de las potencias del arte para revertir o subvertir los efectos de un atontamiento sistemático y generalizado. 
           
El arte crítico que se hace cargo de su condición de práctica social, más que mero ejercicio de expresión y más que un traductor de hechos sociales o políticos, elabora nuevas relaciones, lecturas e imágenes sobre los desacuerdos ya presentes en las realidades cotidianas con los que ha dialogado y discutido para retornarle el peso simbólico a las imágenes y repolitizar las miradas.

                También el arte críticamente posicionado se ha introducido en la reflexión de desmontajes disciplinarios y canónicos, incluyendo el propio campo del arte, contaminándose con las visualidades cotidianas en función de la interacción e inserción en los contextos de la vida actual que le permitirán hacer circular/debatir las ideas.

                Como afirma Richard, ese arte tiene la potencia para lograr la insubordinación de la visión “frente a la espectacularización de las imágenes que aplaude el capitalismo de consumo”,[12] búsqueda que parte atravesando las descripciones cuestionadoras de las visualidades hechas por los estudios de la cultura visual.

                De los estudios visuales en relación con el arte y sus relatos, es relevante el aporte que han hecho al dirigir la atención de nuevas maneras de historiar el arte y de reflexionar en el campo de la creación, atendiendo a contextos más amplios e impuros que no solo incluyen las innovaciones estéticas, sino también todos los planteamientos de carácter político, los conflictos identitarios y las complejidades culturales que la mirada canónica había omitido y ocultado.

                Es posible hacer de los mecanismos de coerción cultural un factor crucial de disensos desde las perspectivas que combaten los automatismos normalizadores y se posicionan críticamente para generar desestabilizaciones. No se trata de enaltecer a las identidades victimizadas de mujer, indígena, negro, gay, transgénero, pobre, niño, indio, sudaca, etc. Más bien fortalecer la aparición de grupos empoderados que hacen de su conocimiento de las dinámicas de los hechos y las culturas visuales un elemento a favor de tansformaciones significativas en cuanto a las relaciones de poder y a las concepciones equitativas en las cosas del mundo actual.



[1] Nicolás Mirzoeff, Una introducción a la cultura visual, Barcelona (Esp.), Paidós, 2003, p. 17.
[2] Cfr. Débora Poole, Visión Raza y Modernidad. Una economía visual del mundo andino de imágenes, Lima, Sur Casa de Estudios del Socialismo, 2000.
[3] Christian León, “Visualidad, medios y colonialidad. Hacia una crítica decolonial de los Estudios visuales” en: Desenganche. Visualidades y sonoridades otras, Quito, La Tronkal, 2010, p. 40.
[4] Cfr. Serge Gruzinski, La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492- 2019),México D.F., FCE, 2003. 
[5] Edgar Vega Suriaga, “Desenganche… Urgente… Hoy” en Desenganche. Visualidades y sonoridades otras, Quito, La Tronkal, 2010, p. 16.
[6] Suely Rolnik, “La memoria del cuerpo contamina el museo”, 2007, p. 7, disponible en: http://transform.eipcp.net/transversal/0507/rolnik/es
[7] Evidentemente algunos aspectos tendrán más atención que otros según los enfoques y la formación del investigador. 
[8] Op cit, p. 23.
[9] María del Carmen Suescún Pozas, “Más allá de la historia del arte como disciplina: la cultura visual y el estudio de la visualidad” en: Alberto G. Flores Malagón y Carmen Millan de Benavides, Desafíos de la transdisciplinariedad, Bogotá, CEJA Pontificia Universidad Javeriana, 2002.
[10] Cfr. José Luis Brea, “Por una epistemología política de la visualidad” en: Estudios Visuales. La epistemología de la visualidad en la era de la globalización, Madrid, Akal Ediciones/ ARCO, 2005.
[11] Cfr. Nelly Richard, “Estudios visuales, política de la mirada y crítica de las imágenes” en: Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2007 y Douglas Crimp, Posiciones Críticas. Ensayos sobre las políticas del arte y la identidad, Madrid, Akal Ediciones, 2005.
[12] Nelly Richard, op. cit, 101.