Uno de los aspectos del cuerpo que más lo determinan cultural, social,
económica y políticamente es la sexualidad. Ser mujer, ser hombre o ser
transgénero no sólo implica la presencia de unos genitales y una estructura
física y mental distintivos entre sí[1].
En
realidad, no todos somos iguales.
Porque el cuerpo es un recinto para la experiencia compleja. Por
ejemplo, para los hindúes el cuerpo es una vía de articulación con el cosmos y
para Nietzsche vendría siendo algo así como el centro gravitacional de los
seres humanos desde donde se construyen el sentido y la verdad.
El cuerpo aporta un saber que habiendo sido deleznado por la filosofía
occidental durante mucho tiempo, es el campo que integra lo sagrado y lo
profano, significantes y significados, etc. El saber, el poder, el ser, los
valores y la vida están envueltos por él. Allí, desde él y las luchas por su
pleno reconocimiento, se encuentran los sentidos que permiten ser parte de la
existencia humana.
Arte y transgresión
Uno de los ámbitos que en el desarrollo de sus lenguajes críticos y
distanciados de las llamadas “Bellas Artes”, se ha hecho consciente de cómo los
espacios de dominación se posicionan a partir discursos instaurados por la
performatividad, es el arte contemporáneo.
Este arte no es un estilo y
tampoco trabaja aferrado a los esquemas técnicos o históricos de la modernidad.
Funciona más bien desde las problematizaciones discursivas que fracturan aquello
que, no favoreciendo a todos, se ha transformado en “normal”. Para ello, se
apoya en cualquier medio que le sea más efectivo para el desmontaje de mitos y
para el viraje de conceptos (el video; la performance; el cine en todos sus
géneros y formatos y aún la pintura; las obras tridimensionales; los medios
impresos; la publicidad; la fotografía, etc.).
El videoarte por ejemplo, desde 1960, trabaja en la utilización de los
recursos aportados por los medios masivos en función de debatir la ferocidad
con que los modelos mediocres impuestos por las hegemonías que intentan homogenizar
los gustos y prácticas humanas para alimentar sus sistemas de mercado y
dominación.
El caso del videoarte Sinvergüenzas (2001)[2]
de la artista venezolana Sandra Vivas, es ejemplar pues, en
efecto, se presenta una burla a los códigos desde el interior del medio mismo. Por
un lado, la descripción dada por su autora la palabra sexuales está enmarcada por comillas[3].
Las
comillas en la descripción de esa propuesta apuntarían, pues, a una
desestabilización inicial, es decir, una relacionada con aquello concebido como
sexual. Y es que, este trabajo parece tener entre sus objetivos, por un lado,
el horadar las naturalizaciones en torno a lo que entra en lo sexual y lo que
no y, por otro, cuestionar juguetonamente, los estereotipos estupidizantes y
naturalizadores que los medios audiovisuales masivos nos han impuesto.
Pero en ese trabajo de Vivas es la fantasía
y sus potencialidades la mediadora del cuestionamiento, pues, por su dinámica
particular se hace tremendamente escurridiza a las categorizaciones y
taxonomías con respecto a la sexualidad. En el sentido de la fantasía Judith
Butler apunta que “no es lo opuesto de la realidad; es lo que la realidad
impide realizarse y, como resultado, es lo que define los límites de la
realidad, constituyendo así su exterior constitutivo”[4].
Desde esa característica la artista busca, si no lograr transformaciones en los
comportamientos de quienes observan su propuesta, sí generar preguntas y
reflexiones en direcciones distintas a las acostumbradas con respecto al sexo,
los deseos y las fantasías.
Hay otra artista venezolana, Argelia Bravo, que nos parece fundamental
dar a conocer para abrir la discusión sobre transgresiones o subversiones de
los esquemas socioculturales con respecto a la sexualidad desde los lenguajes
del arte actual.
El trabajo de Argelia Bravo está dedicado, desde hace aproximadamente
quince años, a la reflexión sobre los problemas de las estructuras sociales relacionados
con las diversas realidades de género.
Pero es un grupo de sus propuestas más recientes el que más nos
interesa para esta discusión: la videocreación documental Pasarelas libertadoras (2007), la performance Rosado Bravo (2004 – 2009) y el proyecto Arte Social por las trochas hecho a golpe, patá y kunfú (2008-
2010). Desde estos trabajos, Bravo muestra su compromiso con los
conflictos velados de los transgénero y su irrealidad[5].
Argelia Bravo, por medio de sus
diversas propuestas, hace significantes los cuerpos Trans a través de la visibilización de esas humanidades marginadas.
La artista (junto con los trans) plantea una ruptura crítica con las políticas
de representación imperantes y un nuevo horizonte que se vale de la ironía y el
cuestionamiento de las naturalizaciones por medio de la videocreación, la
fotografía, la performance y la instalación entre otras estrategias formales.
Los trabajos de las dos artistas
mencionadas y de otros y otras más como Carolee Schneemann, Marina Abramovic,
Vito Acconci, Ana Mendieta, Zoe Leonard, etc., apuntan a la reconfiguración del
espacio social y las experiencias eróticas desde una posición que se pretende
más integradora pues coloca la consciencia
de cuerpo y de sexo en un espacio de predominio para, desde su articulación con
diversos espacios reflexivos, plantear otro modo de pensar y de vivir.
Finalmente, quizá aquellos
planeamientos del arte contemporáneo puedan ser puestos en diálogo sin
dificultad con lo que la filosofa mexicana Graciela Hierro ha llamado “ética
del placer”, es decir, una interesante
actualización del epicureísmo que defiende la idea de que, para hacer que el
mundo sea mejor, hay que luchar por la realización del placer para todos en
igualdad de condiciones y sin absurdas separaciones dicotómicas como se ha
hecho desde la cultura occidental entre cuerpo y pensamiento y entre lo público
y lo privado. Esto es, el placer y la sexualidad también tienen una dimensión
política que debe entrar en una discusión de la que nadie debería quedar
excluido.
Nuestro interés al presentar estas ideas alrededor
de la sexualidad, el arte contemporáneo y sus capacidades de subvertir el orden
sociocultural, los imaginarios eróticos instaurados y las intersubjetividades
de los ámbitos circunscritos a lo que entendemos por sexualidad, está
directamente relacionado con la intensión de comprender que la sexualidad no
sólo no está aislada del resto de nuestras dinámicas cotidianas sino que, como
lo demuestran desde muy diversas perspectivas los y las artistas
contemporánea(o)s, es fundamental y definitoria de todas las esferas que
componen nuestro estar en el mundo.
Albeley
Rodríguez
Conferencia dictada en la
Universidad Andina Simón Bolívar en
Mayo de 2009
[1] No
olvidamos que tener rasgos étnicos o
raciales también determina vínculos diferenciados con el mundo.
[3]
«Un documental ficticio de las fantasías “sexuales” de 28 mujeres»: Descripción
escrita por la artista para YouTube.
[4]
Judith Butler, Deshacer el género,
Barcelona (Esp.), Paidós, 2004, p. 51.
[5] Los “irreales”, según Butler en Deshacer el género, son uno de los contextos de exclusión más
radicalmente violentos
en cuanto que son sujetos no reconocidos; cuerpos que no
son incorporados al orden social, que no existen porque son innombrables y que
no forman parte de la construcción cultural que identifica al que es sujeto del
que no lo es, a las vidas que tendrán amparo y merecerán un duelo y a las que
no.