Nuestro
cuerpo es más que sólo piel y carne que envuelven sintiendo, órganos que
funcionan y huesos que estructuran. Está lleno de marcas que son historia,
cultura y sistemas sociales que nos anteceden y conducen.
Es
posible percibir aquello en el film conmovedor My Body de Margareth Olin (2002). El cuerpo tiene un cúmulo de
relatos que muchas veces superan la voluntad y están cargados de una especie de
culpabilización de lo que cada uno lleva en sí. Esa carga condiciona actitudes,
decisiones sobre los modos de vida a seguir, las relaciones elegidas y el modo
en que la sociedad nos juzga, pero sobre todo designa las luchas internas que libraremos
durante nuestros años de vida. Estas luchas están ligadas a padeceres que, en
algunos casos superaremos en aras de conseguir lo que consideramos placentero,
pero en otros muchos casos serán llamados constantes a lo que no aceptamos de
nosotros mismos, porque una serie de condicionamientos y prejuicios así parecen
haberlo dejado inscripto para siempre.
No
estaremos en el mundo (en el sentido en el que los filósofos hablan de esta
categoría, que en alemán se escribe Dësein)
sin el cuerpo hecho consciencia, o en palabras más autorizadas que las
nuestras: “el cuerpo se torna, así, un ser imprescindible del ser en el mundo y
una condición previa de toda acción con consciencia, de toda intervención que
transforme al mundo natural en cultural. El anonimato de nuestro cuerpo es
inseparablemente libertad y servidumbre”[1].
Y
esa última frase es clave para este breve texto pues, libertad o servidumbre no
se refieren a un cuerpo aislado sino a un cuerpo que requiere de otros cuerpos
vivientes, de otros seres, tal y como también es visible al final del
mencionado film de Olin, en el que la mujer que es su centro relata cómo se
está despojando de algunas de esas incomodidades consigo misma desde el momento
en el que se embarazó y tuvo una hija que, además, se muestra diferente ante su
propia corporeidad, transformando las percepciones y expectativas de la
experiencia corporal de la madre, abriéndole nuevas oportunidades en su vida.
Pero
este cuerpo vinculado a otros que vive y se alimenta de sus experiencias mucho
más allá de lo que las ciencias y la educación nos enseñaron que es, más allá
de las láminas con fragmentos y disecciones, en su vínculo con otros seres,
tiene la capacidad de posicionarse desde su saber particular por encima del
simple vivir para otro.
El
cuerpo implica mortalidad, vulnerabilidad, agencia: la piel y la carne nos
exponen a la mirada de los otros pero también al contacto y a la violencia. El
cuerpo también puede ser la agencia y el instrumento de todo esto, o el lugar
donde “el hacer” y “el ser hecho” se tornan equívocos. Aunque luchemos por los
derechos de nuestros propios cuerpos, los mismos cuerpos por los que luchamos
no son nunca del todo nuestros. El cuerpo tiene una dimensión pública; constituido
como fenómeno social en la esfera pública, mi cuerpo es y no es mío[2]
Ese
cuerpo armado de vivencias e intercambios que lo ennoblecen o envilecen según
las subjetividades de cada una, de cada uno, es más poderoso en la medida en
que se hace consciente de sí mismo, de aquello que lo diferencia, porque
modifica al mundo desde su declaración como cuerpo específico.
Uno
de los aspectos del cuerpo que más lo determinan cultural, social, económica y
políticamente es la sexualidad. Ser mujer, ser hombre o ser transgénero no sólo
implica unos genitales y una estructura física y mental que se distinguen entre
sí. También tener rasgos étnicos o raciales determina vínculos con el mundo
pues, en realidad, no todos somos iguales.
Cada
cuerpo involucra un modo particular de ser en el mundo, unas afectividades elegidas
pero, más aún, un modo de ingresar o no en lo público, es decir, de ser
asimilado (o no) políticamente, de participar más (o menos) en el sistema
económico regente.
La
consciencia de cuerpo (como la consciencia de clase), no es un mero accesorio
para el alarde o el lamento sino la creación de un espacio para moverse con
horizontes propios en el mundo.
Pero
esa consciencia exige mucho más que una labor teórica, racional. Puesto que el
cuerpo siente y desde sí produce sentidos, es necesario trabajar en él desde una
exploración directa e integrada.
Entonces,
la exploración del cuerpo está relacionada con la posibilidad de detenerse a
vivir más profunda y entretejidamente cada función, cada espacio, cada
manifestación y cada relación (social, cultural, afectiva y/o política) que lo
componen.
Porque
el cuerpo es un recinto para la experiencia compleja. Por ejemplo, para los
hindúes el cuerpo es una vía de articulación con el cosmos y para Nietszche
vendría siendo algo así como el centro gravitacional de los seres humanos desde
donde se construyen el sentido y la verdad.
El
cuerpo aporta un saber que habiendo sido deleznado por la filosofía occidental
durante mucho tiempo, es el campo que integra lo sagrado y lo profano,
significantes y significados, etc. El saber, el poder, el ser, los valores y la
vida están envueltos por él. Allí, desde él y las luchas por su pleno
reconocimiento, se encuentran los sentidos que permiten ser parte de la
existencia humana.
Albeley Rodríguez B,
marzo 2009
[1]
Francesca Gargallo, Ideas feministas
latinoamericanas, Caracas, Edit. El perro y la rana, 2006, p. 68
[2] Judith
Butler, Deshacer el género, Barcelona
(Esp.), Paidós, 2004, p. 40-41.