Se dice que el placer es una sensación o sentimiento agradable manifestado en la satisfacción de algún tipo de necesidad.
Pero el placer,
además de esa afirmación, implica la noción de que esa satisfacción ocurre indivisiblemente
en el cuerpo y en el alma, psique o como queramos llamar a ese espectro que el
cristianismo separó para hacerlo una de las partes excluyente de la otra.
Pero el cuerpo-alma
es, así articulado, productor y vía de placer.
El mito de Eros y
Psique expresa bellamente esta indivisibilidad, pues son esos dos personajes de
la mitología griega los padres de Placer (Hedoné en griego). En síntesis
vertiginosa diremos que ese relato habla de la unión entre la hija del rey de
Anatolia, Psique (mortal), y el hijo de Venus (diosa chipriota) Eros (divino).
He aquí nuestra versión comprimida para efectos de nuestra reflexión:
De Psique se
comentaba generalizadamente que era tan bella que era como una nueva Venus, por
lo que la madre de Eros enfureció pidiéndole a su hijo que aislara a Psique y
la casara con el ser más horrible que pudiera encontrar.
No contó Venus con
que su hijo quedaría embelesado con la belleza de Psique en la primera
impresión y que, de inmediato, negociaría con el padre de aquella joven para
poder desposarla.
Colocó Eros como
condición el no ser visto por ella. Él la acompañaría todas las noches y
consumarían su matrimonio en dulce himeneo, pero ella nunca debía voltear a
verlo. Sin embargo, motivada por la insistente cizaña de las hermanas, Psique
decidió una noche esperar a que su esposo se durmiera para iluminarlo y ver si
se trataba de un monstruo como suponían sus hermanas. Al colocar la lámpara
sobre el cuerpo dormido de su amor quedó tan impresionada por la hermosura
divina de Eros que movió bruscamente la lámpara haciendo que una gota de aceite
cayera sobre el hombro de su amado, lo que lo despertó y enfureció. Eros partió
y la pareja se separó con una condena que pareció insalvable.
Sin embargo,
después, tanto el propio Eros como Psique, cada uno por su lado, buscaron ayuda
logrando, bajo ciertas condiciones que su unión se restituyera. Tanto Zeus como
Venus tuvieron parte en las pruebas y acciones para aquella restitución.
A Psique le tocó
pasar por cuatro pruebas colocadas por Venus pero que fueron superadas, en
parte, por la ayuda de Zeus. La cuarta prueba era la más difícil, pues Psique
debía descender al inframundo para conseguir que Perséfone (esposa de Hades) le
concediera llenar un ánfora con esa belleza inframundana y regresar sin ceder a
la tentación de destaparla pero no resistió y quiso colocarse un poco y en
último castigo los dioses le impusieron existencia incorpórea. Antes de todos los sucesos ya
Psique estaba embarazada y poco tiempo después la pareja de alma (Psique) y amor
corporal (Eros), ya unida, concibió a una de las tres gracias de carácter tan
divino como el de ellos: placer (Hedoné).
La historia tiene
muchos más detalles para escudriñar pero ahora nos interesa recalcar el hecho
de que el placer es un complejo compuesto del alma en juego con el cuerpo pero
mediado por la imaginación, los deseos, las fantasías. En conjunto, erotizan
las experiencias y estallan en satisfacción divina.
Pero si insistimos
sobre el placer erótico, éste tiene cualidades en las que el solo cuerpo nos es
insuficiente. En palabras de Bataille se entiende así: “El erotismo [humano]
difiere de la sexualidad animal precisamente porque moviliza la vida interior”[1].
La imaginación, la reflexión, el pensamiento, no están desligadas de la sensación corpórea
del placer, sino que la integran y hacen más plena, más cercana a lo sagrado. Aquello que tiene una veladura y se desea alcanzar está preñado de placer.
La imaginación, la reflexión, el pensamiento, no están desligadas de la sensación corpórea
del placer, sino que la integran y hacen más plena, más cercana a lo sagrado. Aquello que tiene una veladura y se desea alcanzar está preñado de placer.
***
Hay en filosofía varias
corrientes defensoras del placer como axis de la vida: Entre ellas,
antiguamente, la escuela cirenaica (cuarto y tercer siglos A.C.) y el
epicureísmo. Dos corrientes del llamado hedonismo. La primera se negaba a la
postergación de las gratificaciones corpóreas a las que colocaba por encima de
las mentales (una división precristiana del cuerpo y el alma). La segunda, en
cambio, proponía la obtención del placer en la vida simple, moderada y atenta a
las satisfacciones que no sacrificaran el bienestar posterior, es decir que no
estaba de acuerdo con el placer puramente momentáneo.
Pero hay una
filósofa latinoamericana que nos interesa, Graciela Hierro, pues ha propuesto
una ética del placer que consiste en
una actualización del epicureísmo y que defiende la idea de que, para hacer que
el mundo sea mejor, hay que luchar por la realización del placer para todos en
igualdad de condiciones y sin absurdas separaciones dicotómicas como se ha
hecho desde la cultura occidental entre
cuerpo y pensamiento y entre lo público y lo privado. Esto es, el placer
también tiene una dimensión política que debe entrar en una discusión de la que nadie debería quedar excluido.
La oportunidad de
sentir placer en sentido equitativo y según las diversidades posibles en el mundo
debería poder resolverse desde la ética
del placer propuesta por Hierro, antes que a través de la lógica de la
muerte que desata las guerras cargadas de la incomprensión de la diferencia y
de la avaricia por el poder.
Por otro lado, esa ética del placer permite recordar dos
ejemplos de cuerpos a los que se les ha negado el placer: las mujeres han sido
marcadas por la limitación de su derecho al placer, en la subordinación a la
idea de que sus cuerpos son tan sólo para la mera procreación (el ser sólo para
otro), y por otro lado también, los cuerpos transgénero a los que les es negado
no sólo el placer sino toda su existencia.
En la fotografía: Yhajaira
Fotografía: Gustavo Marcano
Concepto: Argelia Bravo
Pasarelas Libertadoras, 2007- 2009
Entender que hay
otros modos de relacionarse con las diversidades (y todos formamos parte de
alguna), buscar la salida de las normatividades que coaccionan nuestros cuerpos
en función de hegemonías que requieren del control y uso de nuestros cuerpos y,
defender la posibilidad de que más seres humanos puedan vivir desde el placer (que
no desde la muerte), puede llegar a ser una de las más poderosas vías para el
proceso de humanización para que nuestro mundo pudiera girar en un mejor
sentido.
Albeley Rodríguez, marzo de 2009